Hasta que la boda nos separe | Crítica

El cine mexicano ha encontrado un nuevo modelo de negocio, realizar adaptaciones de películas exitosas en el extranjero, como sucedió con No manches Frida, 3 Idiotas, Tuya, Mía, Te la Apuesto y ahora, Hasta que la boda nos separe, mexicanizando el éxito ruso ¡Gorko! Esta producción es dirigida por Santiago Limón, siendo esta su ópera prima, con actores como Diana Bovio, Gustavo Egelhaaf, Héctor Holten, Claudette Maillé, entre otros. Una boda es sin duda para muchas parejas una fecha muy especial y debe ser perfecta, esta es la premisa de la que parte esta película que a modo de video de boda y mockumentary, nos cuentan una historia que te entretendrá, sí, leíste bien, te mantendrá entretenido de principio a fin.

Hasta que la boda nos separe nos dejara entrar en la preparación de la boda de María y Daniel, lo cual no sería un tema porque ser relevante, de no ser por las diferentes extracciones sociales de las que provienen, María una niña fresa, ex-gorda, hija adoptiva de un Padre dedicado a la política y una madre que presume haber sido modelos, mientras que Daniel, hijo de un humilde lanchero, con una madre encargada de casa y dos hermanos, un Chairo y un Ex presidiario. El choque de estas dos formas de sobrellevar la vida no es el problema, sino como los novios ven sus deseos de una boda ideal convertidos en pesadillas.

Sin duda el mayor acierto de esta producción es su transparencia, en ningún momento te engañan, desde el avance, sabes que, si decides darle una oportunidad, estarás presenciando un puñado de ocurrencias, situaciones forzadas y rebuscadas, malos diálogos y las peores decisiones. Como ya lo había mencionado, los actores, lo hacen de maravilla, en todo momento, personajes con conflictos propios internos y que no han solucionado como pareja y que conforme avanza la película veremos la maduración de esta relación. Algo que se mantiene fielmente de su material original.

La parte de verdad entretenida es ver las ocurrencias de las dos familias sobre la realización del evento y es ahí donde sale a relucir el ingenio mexicano, tropicalizando cada una de las situaciones de una forma muy graciosa y absurda, situación que repito harán de esta cinta un producto entretenido. Lamentablemente esto es lo único que podemos rescatar de un filme, que casi es un plagio, que, a pesar de ser muy graciosa a momentos, es bochornosa en la mayoría de los casos.

Hasta que la boda nos separe parece más un ejercicio cinematográfico escolar que una producción hecha y derecha, sí, puede que le vaya mejor que producciones como Tuya, Mía, Te la Presto y otros títulos mexicanos que puedan andar deambulando por las marquesinas de los cines en México.

¿Quién no ha ido alguna a vez a una boda o cualquier tipo de celebración donde la música y el alcohol hayan sacado las cosas de control? Es precisamente esto lo que hace tan asequible y divertida a Hasta que la boda nos separe. Irónicamente, aunque la historia y su tratamiento se sienten mexicanisimos, es una adaptación de la cinta rusa Kiss Them All! (Gorko!), ambas con el involucramiento de Timur Bekmambetov (director de Abraham Lincoln: Cazador de vampiros y la reciente Ben-Hur), lo cual habla de un excelente trabajo de tropicalización, así como de un claro entendimiento de la cultura, el folclor y humor nacionales, con albures incluidos.

En la versión dirigida por Santiago Limón, María (Diana Bovio) y Daniel (Gustavo Egelhaaf) planean su boda, y ella tiene en claro qué quiere. Si bien en la cinta original se decantan por una celebración europea, la novia mexicana desea una ceremonia junto al mar y al estilo de “La Sirenita”. Para su desgracia, su padrastro tiene en mente algo más “tradicional” –entiéndase con poco refinamiento para los parámetros de la “princesa”–. Para cumplir sus sueños, los protagonistas deciden organizar dos fiestas. Obviamente, la que en su cabeza sería una milimétrica planeación cae por la borda y aquello se convierte en un bacanal del cual Baco se sentiría particularmente orgulloso.

Hasta que la boda nos separe es una muy grata sorpresa desde su concepto. Todo lo visto en pantalla está filmado con cámara en mano, pues supuestamente el hermano del novio se encuentra registrando todo, lo cual da pie a fenomenales rencillas, desacuerdos, bromas y revelaciones que sientan el mood de la locura a desatarse. Pero a la vez esta técnica nos hace partícipes de los acontecimientos como si fuéramos un invitado más. Los personajes constantemente rompen la cuarta pared –es decir, miran directamente a la cámara– para hacer comentarios mordaces –algunos con sorna–, burlas o para mostrar su exasperación, volviéndonos parte de cada pormenor.

Sin embargo, a causa de este recurso también existen ciertas complicaciones, porque la presencia del hermano debe justificarse detrás de cada escena y este detalle se cuida en la mayor parte de la película, pero existe un momento en que inexplicablemente está en dos lugares al mismo tiempo, lo cual quebranta momentáneamente la magia de los hechos. También existen incongruencias mal justificadas sobre el comportamiento de algunos personajes frente a la cámara –a veces quieren cuidar su imagen y en otras escenas son extremadamente groseros–.

No obstante, Santiago Limón –también responsable de la adaptación del guión– hace un trabajo sobresaliente en la dirección del numeroso elenco que se da cita en el magno evento, porque no son extras que se mantienen sentados ordenadamente en su mesa. Todos protagonizan una borrachera caótica, perfectamente coreografiada, donde incluso Adal Ramones se interpreta a sí mismo; fuente perfecta para burlarse de sí mismo y otras figuras del cine y la televisión nacionales.

Estos no son los personajes más brillantes del séptimo arte y eso los hace divertidos –aún más gracias al desenfrenado consumo de alcohol–, así como identificables para la audiencia, pues es sencillo reconocerse a uno mismo o a algún conocido a través de alguna frase o comportamiento, incluso por los toquecitos de ironía, sarcasmo y farsa que revisten a una boda mexicana tradicional, con todo y su arrocito en el menú. Hasta que la boda nos separe es una comedia catártica e hilarante, construida con base en una idea muy sencilla, donde la comedia visual y la dialéctica tienen un verdadero romance imposible de separar.

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